24 grados a
finales de febrero son miel amarga para un corazón enfermo,
porque la
sangre se subleva contra los principios democráticos
y contra la
Constitución antes de tiempo.
Se adelanta
la primavera y el mes de abril acabará ardiendo.
En marzo, hay
truenos por las calles y adoquines pidiendo besos.
El sol,
fuera de lugar, invita a paseos multitudinarios;
invita a
hacer historia teñida de morado
llevando en
los labios esperanza, llevando puñales de poeta.
Que se
manifieste el mes de marzo contra el orden natural.
Pues en las
manifestaciones se aprende que hay más gente que cunetas,
que hacemos
por vivir sobre la tierra y la España Viva está podrida y hueca.
Y en este
cuento tan bonito de estudiantes con flequillo,
sin
canciones de los Rolling y Rosalía aflamencando la guerrilla urbana;
podríamos
besar los adoquines y encontrar la arena de playa.
Con ella
forjaremos cristales de los fracasos de nuestros padres
y los
clavaremos en sus carnes, en las nuestras y en las calles.
Nuestra
bandera son los colores primarios tras la lluvia necesaria.
También lo
es el violeta de la verdad.
Mientras,
ondean trapos; trapos que se heredan, trapos que se prenden
y se queman
con sorprendente facilidad.
Jamás
incitaría a la violencia contra los símbolos del Estado aconfesional.
Dios me
libre, Él es el que manda.
Y yo algún
día querría jurar una cartera ministerial ante dos listones de madera
que tengan
las piernas cruzadas.
Quizás
tomando a sorbos los borbones.
Quizás reyes
a mansalva, quizás princesas a borbotones.
Quizás
espíritu de la Sorbona, quizás despertemos contra los ladrones.
La
renovación política era una princesa
leyendo la
Carta Magna con aire marcial.
Toda rica,
toda tiesa; toda rubia en un cole que no paga papá.
Toda fauces
en el photocall de la Iglesia,
mientras la
familia no se traga y se pelea
como en
cualquier otra cena de Navidad.
Si no
existiesen los discursos de Nochebuena, los reyes se extinguirían
y su vacío
lo ocuparía Carlos Sobera hablando de las maravillas de apostar.
Pero llega
abril y aún hay reino.
Llega abril
y aún quedan ruedos.
Llega abril
y los de bien no son españoles buenos.
Llega abril
y su 14 trae mejores recuerdos
que
cualquier otro de febrero.
Llega abril
y la primavera se hilvana
en nuestro
ánimo con aires de ley marcial.
Nos burbujea
el sistema nervioso al contacto con navajas de plata,
con lunas
macabras, con recuerdos que espantan.
Llevo los
dedos a flor de piel cada vez
que aletea
un colibrí sobre mis derechos,
cada vez que
los roza un abanderado de los privilegios.
Mi linaje es
el de los bordes de la carretera y, en su caminar sincero,
dará su aliento
a cambio de flores vivas, de trincheras vacías,
de dolor
lejano, incluso ajeno al recuerdo.
Serán en
vano los versos, como siempre lo fueron.
Por cada
corbata habrá un hueso rodeando el congreso.
Por cada
gato habrá una lechera de la policía nacional.
Será en vano
este abril una vez haya muerto,
será en vano
como lo fue cualquier intento de libertad.
Pero por
todos los abriles que no fueron
algún día
habrá uno que acabará ardiendo.
Y, mientras
llegue, lucharemos.
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