jueves, 6 de febrero de 2020

Poetry Slam Madrid: febrero de 2020


Nacimos ignorantes del arte de amar:
fuimos por mucho tiempo ajenos a una cuestión de identidad.
Dimos tumbos por aulas vacías, aprendiendo a base de errar.
Nadie nos enseñó a querer: desorientadas, sin saber si algo iba mal.
Deambulábamos con la cabeza bien amueblada,
con un armario más que el que había en casa.
Nadie nos dijo que existía otra posibilidad.

Nacimos con la duda por respuesta
porque las preguntas que nos hicieron -en realidad- siempre fueron incorrectas.
Sin reconocernos en espejos, sin reconocernos en escaparates:
buscando nuestra cara por entre los charcos de las aceras.
Había una certeza que no sabíamos cómo pronunciar.

Partimos buscando un nombre sin saber
que llevamos tatuada la verdad en las costillas,
que nuestra sangre siempre tuvo clara su naturaleza.
Tener razón sin hacer el cálculo: es solo un pálpito.
Es el instinto, siempre básico, es la tendencia
hacia aquello a lo que estamos configurados.

Nosotros que lloramos por ellos,
nosotras que lloramos por ellas.
Que, llorando por si nuestro llanto era blasfemo,
descubrimos que jamás habíamos llorado por la persona equivocada
nos lanzamos felices al deseo y al rechazo: nos lanzamos a volar,
sabedores de que seríamos rechazados, por una vez, de verdad.

Solo hay un lugar para nuestra bandera:
herencia de disidencia, disturbios y fuegos que olían a libertad.
O luchas en el barro o acabas como Javier Maroto,
militando en el Partido Popular.
No merece espacio en un colectivo, no merece desfilar
quien le besa los pies a la bestia y nos aguanta la mirada en un intento de dignidad.

Los hijos de los cazadores, los hijos del fusil;
los de las peroratas contra ti y contra mí.
Las ratas con traje y corbata, los que no meten la pata:
la mierda que escupen siempre es intencionada.
Han venido para reescribir, han venido para disentir.
Su opinión, tan respetada como asesina, será escuchada en prime time.
O respondemos o nos agachamos, es lo que hay.

Quieren apagar la luz de los hijos del nuevo milenio
-la esperanza de aprender, la esperanza de educar-.
La contraseña del móvil no es pedagogía ni mayéutica socrática.
El pin es censura, alas cercenadas para los que acaban de llegar.
No hay sorpresa, es su asequible coherencia dramática.
Prometieron persecución y persecución tendremos,
beberemos veneno. Frente a los colegios, a casi un paso del ministerio.
Llegó Hazte Oír y yo ya me he cansado de escuchar.

Pero ninguna hermana -por muy santa que sea su caridad-
volverá a decir frente a ninguna pizarra que no tenemos razón de ser o estar.
Ningún partido acabará con la vida entera, con la vida pura y natural.
Quienes hereden las ruinas del mundo lo harán sabiendo
que quieren a la persona indicada, que son las personas indicadas,
que están por encima de cualquier absurda restricción formal.

La esperanza venidera crecerá donde nos doblegamos, reirá cuando flaqueamos.
Nuestra estirpe disfrutará de aquello por lo que luchamos.
Porque lucharemos, como siempre hemos luchado,
porque lo hacemos con convencimiento, porque así venceremos.
Ya no hay lugar para el miedo, nuestra opción no es el silencio.
Acabaremos con su autobús naranja, arderá su ley maniática:
Arderán, callarán y, libres, venceremos.