Ya está aquí
la fiesta, lo dijo el Corte Inglés hace más de un mes.
Venimos en
tropel. Solo queremos comer.
Cenas
preparadas, exhaustivos discursos de monarcas. Derroche de oro: ferrero rocher.
Cerramos el
año y saltamos a la desesperada huyendo del naufragio.
Este fracaso
hay que festejarlo.
Punto final
por todo lo alto. Las campanadas hoy las da Santiago Abascal.
Llega el
momento, la tarjeta echa humo y la vida se desplaza a toda velocidad.
Mar de
piernas, miradas perdidas, sumergidas en prozac, turrón y anestesia.
No hay rumbo
para el mundo que va tras la rebaja que nunca llega.
La
publicidad por los ojos, Amazon directo al hipotálamo,
el anuncio
de la lotería de este año entra mejor que nunca por la vena.
Carteles,
spots, cuñas de radio,
tu
frustración y el sueño perdido tiene respuesta en el escaparate que tengas más
a mano.
Viernes
negro y sábado de funeral.
En Gran vía
estamos todos menos el inspector laboral.
Acelera, que
no llega la cuesta de enero y ya me duele la cartera.
Si un iPhone
no me llena, lo hará el próximo, aunque me vacíe la nevera.
Ya no sé si
tengo razones para levantarme, quizás Siri tenga la respuesta.
Quizás la tenga
impresa la camiseta del Primark más cercano,
quizás la
tengo yo y no recuerdo haberla comprado.
Son las
condiciones subjetivas, abusivas. Es la estúpida ley de la relatividad.
Es la
desesperanza maquillada con belenes y árboles de un verde artificial.
Olvidar,
disimular, celebrar. Me va a apañar la vida un milagro de Navidad.
Doña
Manolita tiene más fieles que cualquier santa hermandad.
Nunca
pagaremos suficiente por un décimo que nos saque de esta realidad.
¿A cuánto
está el iPad? ¿A cuánto la colonia?
¿A cuánto está el pescado, la carne, a
cuánto la última cena?
Habrás
matado al pez, pero la lubina ríe última cuando te cuesta el kilo un ojo de la
cara.
Esta noche
corro con los gastos. Una vez a al año no hace daño.
Así, toda la
vida, celebrando siempre a la espera de algo que no vendrá.
A cuánto
está la ratio de kilovatios por miseria.
Van a
necesitar mucha luz de navidad para disimular la indigencia.
El destello
del cielo no es un ovni son las luces que le faltan a Martínez Almeida.
Es la moral
cristiana: tan rápido se tiene como se marcha.
Unos
apuntan, señalan y envenenan.
Y los hay
que no lo pillan, no saben, no se enteran.
Que no hay
menas, solo son chavales con cadenas.
Que no hay
patrias, que no existen las fronteras;
y es que el
enemigo viene en yate, no en patera.
Solo merece
dormir en la calle quien calle nos desea, quien a la calle nos relega.
Los
villancicos nos susurran que no todo va tan mal.
Que en este
mar de tinieblas, ante todo, hay que celebrar.
Cumbre del
clima en la ciudad de los tres millones de bombillas.
Huelgas a
muerte de maquinistas por la movilidad.
Vuelta a los
veinte y el fascismo se acelera.
El odio
campa entre decorados con total impunidad.
Dos mil
corruptos te felicitan y te gobiernan.
El fin de
año solo trae otro año de tristeza.
Por mucho
que cambie de móvil, la muerte absurda siempre está al final.
Ciclo sin
fin en un abismo sin respuestas. Danza de miedo, de frío y de miserias.
En estas
fechas señaladas solo queda abrazarse y desear:
Feliz Navidad.