En el centro
de la capital, muy cerca del Banco Nacional
-para tener
sus cosas vigiladas-, descansa una casa legendaria.
En el centro
de la capital, duerme la mansión de la democracia.
En
septiembre, cobra vida. Es la vuelta al cole, es la vuelta a las andadas.
Allí no se
conoce la tristeza. La depresión postvacacional, como la tierra, es para quien
trabaja.
Parlamento
de corbatas, plastilina y dibujos de cera;
votación a
mano alzada por si no te enteras.
Arengas,
balbuceos y pataletas. A mitad de día, toca una pausa y siesta.
Porque,
mientras fuera todo se derrumba y se acelera;
dentro los
gritos y la plata se imponen sobre cualquier conciencia.
Es un juego
de engaños, nadie es lo que aparenta:
los de verde
no son amazónicos ni naturalistas (solo falangistas),
no quieren
selva ni pureza de las aguas (solo la de la raza).
La
rojigualda por fin tiene voz, pistola y mano alzada.
Aquí, sobra
futuro, aquí hace falta un muro;
tu vida
importará en función del lado que ocupes en una playa africana.
El
Mediterráneo será para los yates, los ferris y las narcolanchas.
Es un juego
de apariencias, es un duelo de miradas:
detrás de
las caretas, solo hay firmas, capital y mano diestra.
El líder
siempre sabe, el líder siempre pacta, el líder nunca falla.
Lo llaman el
tigre, no se sabe si es por el naranja o por las rayas.
Hay un duelo
capilar: barba frente a coleta.
Uno nació
para esto, el otro quiso asaltar los cielos.
Ninguno
tiene miedo. Sería mejor si los Pablos se quedasen en silencio.
Se han
necrotizado: érase un hombre a un escaño pegado.
El de morado
no sabe que no hay adoquines en el Congreso:
jamás una
bancada será trinchera, jamás podrá ser barricada.
Quiso
cambiar las cosas desde dentro y morirá disuelto en el intento.
Mientras, el
guaperas de rojo desvaído perdió la S y la O de las siglas hace un siglo.
La patronal
está en vilo y él no duerme.
Por lo
visto, la rabia de la calle solo despierta a la buena gente.
Habrá que
intentarlo otra vez en noviembre.
A las urnas,
a las armas. Los partisanos han muerto, ya no hay fusil que valga.
A las urnas,
a las armas. La Pasionaria ha muerto, ya no hay partido que valga.
A las urnas,
a las armas. La ultraderecha frenada solo es Pedro jugando al patrón y a la
rata.
Todos a
votar y vuelta a empezar. No es el día de la marmota: es un juego de azar.
Lo pide el
capital, solo una vez más. Para el Ibex, la mayoría aún se tiene que acomodar.
Sabes que el
sistema estalla cuando hacen trabajar dos veces al monarca.
¿No lo
notas, no lo hueles? Es la clase obrera, como siempre, que se muere.
Son los
podridos representantes; ausentes, mentirosos, delirantes.
Es la
democrática austeridad: la corrosión de un sistema en el que no podremos
prosperar.
Es la
necesidad de un cambio que no llegará en un colegio electoral.
El cambio no
será parlamentario.
Nuestro
cambio es real, el suyo no es democrático.
Que suenen
las alarmas; que las calles ardan. Que el cambio nazca en nuestras manos.
Y, de paso,
que sepan lo que es el miedo los diputados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario