Llegamos a
lomos de un soplido momentáneo.
Contuvimos
la respiración, expectantes, sin destino prefijado:
era la vida
o el vacío del naufragio.
Nos
agarramos al batir de unos párpados.
Vinimos a
tomar el mundo para luego abandonarlo.
Con la
primera exhalación, okupamos sin permiso municipal
la vida
férrea, el reino de lo ajeno y la línea temporal.
Somos hoy,
ayer y un mañana abandonado al quizás.
Del pasado
solo queda la voz de los muertos
enterrada en
el árbol más alto, colgada de una raíz, buscando el más allá.
Del ayer
solo llega la chispa de los recuerdos.
El futuro
por el que otros lucharon no es nada más
que
cualquier otro momento.
El mañana
que otros soñaron no es nada más
que lo que
estamos viviendo.
Su eternidad
se comprime hasta quedar reducida a lo efímero:
al eufemismo
de un nicho,
a un
estornudo ceniciento,
a nuestro
latido, que no es nada más que un mero relampagueo.
Nosotras,
que tristemente claudicamos;
nosotros; que
lloramos donde otros ya lloraron,
somos
indignos herederos:
vástagos de
la muerte, padres del desamparo.
Somos el
mañana por el que aquellos lucharon.
Pero la vida
nos la embarga lo rutinario:
en nuestro
día a día no se esconde lo que los muertos ansiaron.
Seguimos
como estuvieron, como estábamos: es el miedo al peso de los años.
Si nos
besas, notarás incertidumbre en nuestros labios.
Si juntaras
los relojes de todas las plazas,
si nos
hicieras ver el ser y la nada,
si los
minutos rodasen irreductibles hacia la guadaña;
nos
encogeríamos de hombros y diríamos “tal vez mañana”.
No hay
respuesta que valga, pero puede lo hagamos mañana.
El presente,
la ambición y el cambio no son más que un momento aplazado,
no son más
que esperanza depositada en un futuro lo suficientemente lejano.
Lejano como
para que no llegue,
lejano como
para sentir que, aún así, lo hemos intentado.
Un futuro
constante, un futuro quimérico: el futuro soñado.
Somos la
generación del futuro, la generación que se prepara
en un
gerundio eterno.
La
generación más preparada para prepararse,
la
generación preparada para esperar,
la
generación que conjuga sus deseos cada día un poco más lejos,
la
generación que presencia impasible el suicido del mar:
crónica de
una muerte anunciada.
Los muertos
lo gritaron y nosotros los imitamos.
Gritaron y
gritamos que no pasarán,
pero pasan a
diario y lo seguimos gritando;
porque algún
día pondremos freno a sus pasos.
La voz que
grita venceremos se ha enhebrado en nuestros pechos,
atemporal e
inquebrantable, capaz de brillar en el quiebro de un sollozo,
capaz de
unir a los que somos con lo que fueron los otros.
Se lo
gritamos a los que vencieron, porque no lo lograron:
jamás
convencieron.
Gritamos
hacia el futuro confiando en que el dolor se acabe,
que, si no
es en nuestra vida, otros serán los ganen.
Gritamos
hacia el futuro abrazando el fracaso,
porque hoy
no venceremos; hoy, otra vez, han pasado.
Pero ya ha
habido bastante:
suficientes
años -presentes y pasados- de opresión y barbarie.
Suficiente
inmovilismo del Estado, suficientes promesas en balde.
Suficientes
poetas pastores, suficientes poetas desarraigados.
Rabia del
andaluz, orgullo del castellano.
Suficiente
cuchillo, suficiente cárcel.
Somos
suficientes los desheredados.
Por ellos,
por nosotros, por tantos, porque jamás quedaremos callados:
el mañana ya
es nuestro.
Y el
presente, hoy, lo tomamos.
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