Sumergida
entre los campos amarillos de Antonio Machado,
más allá del
olivar del niño yuntero, de la tierra de Bernarda;
exiliada del
mar se alza la joya de la depresión mesetaria.
Madrid,
empoderada, se corona de nardos.
En mitad de
la piel de toro, arde un faro.
Por debajo,
un circuito de venas de amianto subcutáneo
que mide un
metro de ida y vuelta,
que cuesta
veinte euros por debajo de los treinta
-malabares
de números, de cuentas en a, en b y en z-.
Por encima,
un callejero plagado de nombres bastardos.
Es Madrid,
es chotis, callos y souvenirs de paellas y flamencas.
Es Madrid,
es libre y aventurera.
Madrid es,
será y quizás sea. Madrid es para quien la trabaje:
los
turistas, los patinetes y doscientas mil hormigas obreras.
Madrid será
para quien la posea:
los
turistas, los patinetes y un millón de bicicletas.
Madrid se
ahoga en un mar de piernas, entre el humo,
las obras y
los taxistas en pie de guerra. Madrid no está fumando,
no existe la
contaminación. El polvo amablemente lo respiramos.
Madrid se
pudre y, de paso, nos envenena.
Madrid,
multicultural, apuesta por las modas.
Madrid
apuesta por la nostalgia y resucita la música y la estética de los ochenta.
Todo vuelve,
hasta han vuelto las riñoneras.
En el
ayuntamiento y la comunidad, los del treinta y nueve calientan.
Pero en
Madrid no resucita nadie: ni en la Almudena ni en el Valle.
Él, el
incontestable, está vivo y se pasea por los tribunales.
Vivimos en
el exilio de extrarradio, Malasaña y Lavapiés lo gentrificamos.
Venimos y
vamos, entre dioses y amos colgados
de carteles
gigantes en la puerta del Sol.
Hacen falta
camareros, hacen falta más turistas los sábados.
¿Aún no has
visitado nuestras calles, nuestros barrios?
Alquílalos,
cómpralos, desahúcialos.
Los
desamparados viven frente al ministerio de vivienda.
Es la ironía
de la irrealidad, es la crueldad de una absurda broma interna.
Lo cotidiano
adelanta a Dalí y a Buñuel por la derecha.
Los
desheredados desfilan arcoíris banderas al amparo de las marcas,
convertidos
en bienes activos del capital.
Y, entre
contradicciones de clase, disidencia y orden natural,
nos alzamos,
echamos al comando de Albert, al comando anaranjado, y demostramos recordar
que la lucha
no ha terminado y, mientras insistan, jamás terminará.
Porque
Madrid tiene memoria. Aunque la regurgite, siempre la devora.
Esta ciudad
sabe que un día fue un ¡No pasarán!
Esta ciudad
sabe que se puede reformar.
Esta ciudad
de cadáveres gobernantes, de gobiernos imputados,
tiene vida,
muy, muy abajo.
Tiene
madrileños que viven y mueren sin ser recordados;
madrileños
fustigados, usuarios de metro
sin más
patria o bandera que la supervivencia.
Sin la
bandera que se lleva en las muñecas, en Ferraz, Génova o la Zarzuela.
Madrileños
de Madrid, la bandera no es más que el puño que levantamos.
No deis
tregua ni descanso:
luchad y
gritad, hacedlo aunque sea desde vuestro iPhone.
Madrileñas
de Madrid, el bastón de alcalde solo dura cuatro años.
Y gobierne
quien gobierne, vengan los que vengan;
os prometo
que la ciudad de Madrid algún día será nuestra.
Enhorabuena Pablo!
ResponderEliminarMuchas gracias! Y más aún por tu labor de cronista.
Eliminar